LA LEYENDA DE LA FLOR DE CEIBO
- losecosdelanoche
- 13 may 2020
- 4 Min. de lectura

Acerca de la leyenda
Proviene de Argentina y se ha transmitido de forma oral de generación en generación. Se considera como “Folklore literario”.
Recordatorio:
Una leyenda es un relato que se ha transmitido de generación en generación por tradición oral, y combina elementos reales, con elementos maravillosos, enmarcados en un contexto geográfico e histórico preciso. Las leyendas están vinculadas a la creación, a los astros, a las magias y encantamientos. Se utilizan para explicar fenómenos inexplicables y misteriosos de la naturaleza.
La Leyenda de la flor de ceibo:
Si quieres conocer cuál fue nuestra base para el más reciente episodio de Ecos de la noche lee un poco acerca de la leyenda original...
Cuenta la leyenda, que en las riberas del Paraná, vivía una Reina Indígena guaraní no muy agraciada, de rasgos toscos y nariz prominente, llamada Anahí. Era la única hija del cacique y gracias a su fealdad, todavía no había encontrado hombre para unirse. Ella corría entre los árboles de la espesa selva nativa. Conocía todos los rincones, todos los pájaros que la poblaban, todas las flores. Amaba con gran fervor aquel suelo silvestre que bañaba las aguas oscuras del río barroso. Tupá la había bendecido con una virtud que compensaba su desdicha, tenía un alma indomable y una dulce voz, quizás la más bella oída jamás en aquellos territorios. Todos los que la oyeran, se enamoraban de su hermoza voz. Ella cantaba feliz; cantaba con el canto de las aves. Su voz subía al cielo y se perdía en el bosque junto al rumor que producía el río que iba a perderse en las islas hasta desembocar en el ancho estuario. Su bella voz le valió el nombre de Anahí, la voz de pájaro.
Además, era una mujer rebelde como los de su etnia, y amante de la libertad como los pájaros del bosque. Sí, era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños.
Hasta que un día retumbó en la selva un rumor más violento que el río, más poderoso que las cataratas que estremecen el aire. En la espesura de la jungla, retumbó el ruido de las armas metálicas y de hombres extraños con piel blanca quienes se remontaron en las aguas y penetraron la selva. Llegaron los invasores a la tribu de Anahí. Esos atrevidos y aguerridos seres extraños arrasaron con la tribu y le arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
La reina india, junto a los suyos, luchó contra el más bravo de todos. Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir con la batalla y tratar de impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su amado hogar.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Aunque era ágil, sus esfuerzos por liberarse fueron inútiles. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita rompió sus ligaduras con maña natural y logró escapar. Pero, al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería. Anahí intentó buscar refugio entre sus árboles, que tan bien conocía, pero no pudo llegar muy lejos. Eventualmente fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.
Fue conducida al bosque, donde después de ser violentamente abusada, fue sujetada a un árbol y rodeada con haces de leña. Iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Entre el humo y el fuego, la desgraciada muchacha quedó coulta a los ojos de los verdugos. En vez de escuchar los gritos y gemidos de dolor, se empezó a escuchar un ameno canto que parecía venir de la garganta de Anahí. Era como una invocación a su selva, a su tierra, les decía que les entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulcísima estremeció la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamada.
Los que asistían al suplicio, comprobaron con asombro que el cuerpo de la reina india tomaba una extraña forma: las llamas se despegaron del suelo y se elevaron hasta la copa del árbol, envolviendo a la india en un manto de fuego. Los demás indios que vieron la escena entendieron que era la mano de Tupá, quien elevaba el alma de Anahí para llevársela consigo.
Con los primeros rayos de sol, los soldados regresaron a ver el morboso espectáculo, pero cuando llegaron quedaron mudos y paralizados, no lo podían creer: el cuerpo moreno de la indiecita se había transformado en un manojo de flores rojas color carmín como las mismas llamas que la envolvieron. Las flores eran hermosas, como nunca lo había sido la pequeña, maravillosas como su corazón apasionado, adornaban el árbol como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.
Así nació el ceibo, la extraña flor encarnada que ilumina como el fuego los bosques de la mesopotamia argentina. Cuenta la leyenda que esta flor es el alma de la Reina India Anahí.
Esta leyenda fue transmitida de forma oral y no solo inspiró a poetas, literatos y compositores, sino que tuvo mucho peso en la elección del símbolo de la Flor Nacional.
La leyenda hecha canción
En Paraguay está la leyenda hecha canción:
ANAHÍ (Canción Paraguaya) (Leyenda de la flor del ceibo)
Anahí...
las arpas dolientes hoy lloran arpegios que son para ti
recuerdan acaso tu inmensa bravura reina guaraní,
Anahí,
indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.
Anahí, Anahí,
tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.
Defendiendo altiva tu indómita tribu fuiste prisionera
Condenada a muerte, ya estaba tu cuerpo envuelto en la hoguera
y en tanto las llamas lo estaban quemando
en roja corola se fue transformando...
La noche piadosa cubrió tu dolor y el alba asombrada
miro tu martirio hecho ceibo en flor.
Anahí, las arpas, dolientes hoy lloran arpegios que son para ti
recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,
Anahí,
indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.
Anahí, Anahí,
tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

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